jueves, 7 de octubre de 2010

El exilio de los trenes



A veces, cuando uno viaja, y después regresa al lugar de partida tiene la sensación de que algo ha dejado en el camino, una extraña y terrible nostalgia de lo vivido en ese viaje se apodera del presente, pero la exigencia de lo cotidiano, trabajo, familia, amigos, el propio lugar de uno, hace que la vuelta a la normalidad sea posible y superemos con cierta facilidad esa necesidad nómada, de contraste o de incluso conquista que todos los seres humanos tenemos por instinto.

Pero cuando ese viaje que se realiza no tiene vuelta, y se prolonga durante años, es cuando se está condenado a vivir una infinita nostalgia de los lugares de origen. Especifico “lugares” porque, en mi caso, la circunstancia de volver al origen y al destino en reiteradas ocasiones me ha provocado un efecto de continuo desarraigo que incumbe tanto al lugar inicial de partida como al del reincidente destino, con el consecuente trastorno llegado el momento de desconocer que trayecto representa la ida y cual la vuelta.

Pero más allá de este complejo caso, sabrán que las razones para un Exilio pueden ser diversas, aunque la palabra se relacione más a menudo con un aspecto de refugio político.

Algunos declaran que no necesariamente hace falta viajar lejos para tomar distancia, otros aseguran que puedes estar en las antípodas y sentirte más cerca que nunca del origen, pero aparte de lo meramente geográfico, más allá de las diversas capacidades de cada uno para realizarse o frustrarse respecto a algo o a alguien en la latitud que uno elija, existe lo que se llama “Desarraigo”, y eso es algo que no entiende ni de hemisferios, ni de educación, ni de cultura, ni tan siquiera de dioses, y que irremediablemente siempre va unido al exilio ya sea obligado o voluntario.

Según la Real Academia de la Lengua Española, la palabra “desarraigar” tiene cuatro acepciones:

1.- Arrancar de raíz una planta.

2.- Extinguir, extirpar enteramente una pasión, una costumbre o un vicio.

3.- Separar a alguien del lugar o medio donde se ha criado, o cortar los vínculos afectivos que tiene con ellos.

4.- Expulsar, echar de un lugar, especialmente a un invasor o enemigo.

La primera me parece bastante trágica, demasiado gráfica y sensacionalista para mi gusto, incluso contiene una cuota de victimismo que creo no hace justicia con la supuesta individualidad y raciocinio que un ser humano tiene adquirido por defecto, aunque lógicamente no siempre podemos hacer uso de ese derecho natural, en ocasiones una sociedad enferma, una nefasta política o actitudes y estados fascistas pueden hacer que una persona pueda ser arrancada de raíz de un lugar o de su propia esencia como si fuera una mala hierba, ejemplos en la historia y en nuestro propio presente hay demasiados, lo cierto es que siempre hay actitudes externas genocidas o internas suicidas, que bien podrían comparar al hombre, como especie y no como género, con la fragilidad y vulnerabilidad de un hermosa planta.

Pero más allá de estar más o menos de acuerdo con cada una de las acepciones de esta palabra (cuando uno vive en primera persona los diversos significados de la misma no hay consuelo posible ni definición que sea fiel a lo vivido), lo que más sorprende es que todas ellas contienen una involuntariedad escalofriante, “arrancar de raíz”, “extinguir”, “separar a alguien”, “expulsar, echar de un lugar”, ninguna de ellas apela a una iniciativa propia que pudiera tener un individuo para “desarraigarse”, ¿Por qué?

Tratemos de leerlo de otra manera, “arrancarse de raíz”, “extinguirse”, “separarse de alguien”, “expulsarse, echarse de un lugar”…. Se me ocurre ahora que no hay peor separación afectiva que sentirla como un desarraigo emocional, la persona abandonada en una relación que termina puede llegar a sentir que emigra o exilia de su amor por haber sido expulsada de su lugar, o sea, de su pareja, y también se me ocurre que la que decide voluntariamente “expulsarse de un lugar” está obligada a construir en el destino (o renacimiento) una nueva vida llena de “colores y olores” hasta ahora inexistentes para ella, y todo lo que consiga será por tanto único e irrepetible y además estará asociado por siempre a ese lugar, y nunca a otro, eso sin duda será lo que le dará valor con el tiempo a esa nueva patria de la cual ya nunca será ajena.

Tal vez el que osa abandonar su origen y se aventura a surcar los mares de otro destino, tenga como objetivo dejar atrás su lugar antiguo en busca de conquistar lugares vírgenes que le hagan olvidar quien es, y que también le obliguen a esconder lo que nunca pudo continuar ni sostener, su propia vida.

Pero volviendo al tema más lingüístico, ¿No tienen más sentido y más dignidad estas cuatro últimas acepciones que las que propugna la RAE?

¿O es una locura pensar que “echarse de un lugar” o “arrancarse de raíz” es algo que todos necesitamos hacer en algún momento para sentirnos totalmente dueños de nuestra vida? Lo que pienso que ocurre es que hay unos que tienen que “arrancarse de raíz” más que otros…

Dice el cantautor Joaquín Sabina que “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”, durante años me he preguntado cuál sería ese lugar, ¿el de origen? ¿O el de destino?, para entender por completo el significado de esta frase, que al leerla o escucharla puede parecer excesivamente trágica e innecesaria, creo que hay que sentirse huérfano de nuestro propio camino, transitar por nuestro tren de largo recorrido desde el primer vagón hasta el último, y darnos cuenta de que por muchos vagones que visitemos, por mucha sensación de viaje que tengamos, paisajes diversos o cambios de escenario, tendríamos que reconocer y permitirnos pensar, que puede ser que nuestro tren esté parado.

Algunos que se conceden esta oportunidad y se ven acorralados al constatar lo evidente, prefieren pensar que el tren está parado porque la vía es una vía muerta, yo prefiero pensar que todas las vías están intercomunicadas y que nos llevan allá donde queramos ir, y que solo una, bien oscura y espesa, no tiene más recorrido.

Indudablemente la dificultad radica en salir de este convoy, tener la valentía de preguntarse cómo se ha llegado hasta ese lugar, observar desde afuera con detenimiento el estado de nuestro tren, y sobretodo entender bien el funcionamiento de la locomotora, porque sino me temo que estaremos abocados a no llegar al destino, o en caso de alcanzarlo no valorarlo, y eso irremediablemente nos llevará a comenzar de nuevo desde el principio…

Hay lugares lejanos que generan desarraigos, y desarraigos que nos llevan a lugares lejanos, pero todos están dentro uno mismo, cada cual está autorizado a otorgarles su oportuna ubicación para encontrar la armonía necesaria. Solo uno mismo sabe bien la razón de sus exilios, y en el verdadero entendimiento de ellos reside la libertad de hacer con nuestra vida lo que realmente deseamos, sin mentiras, sin atajos, pero sobretodo sin dolorosos y largos desarraigos…